Dimitrov también tuvo mucho mérito. De menos a más, salvando incluso 4 oportunidades de quiebre en los primeros juegos, el jugador búlgaro mostró su mejor tenis y lo mantuvo sorprendentemente durante más de hora y media. Siguiendo la estrategia que había empleado previamente en el Masters 1000 de Shanghái, su objetivo era evidenciar las debilidades de Alcaraz.
En lugar de esperarlo, le ofreció una resistencia muy combativa y poco a poco socavó su moral. “No dejes que domine el punto”, insistía Juan Carlos Ferrero a su alumno en el primer set, pero Dimitrov lo lograba una y otra vez.
Ante ese desafío, Alcaraz se desmoronó. El número dos del mundo, en un marzo de ensueño tras su triunfo en Indian Wells y su brillante inicio en Miami, titubeó y las dudas lo consumieron. Comenzó con su saque: ¿Cómo hacer para que Dimitrov no le devolviera un winner con su respuesta? No encontraba la solución. Y la inquietud se apoderó de todas las situaciones.
En constante comunicación con su equipo técnico, Alcaraz admitió que ya no sabía si arriesgarse en la pista o retroceder hasta tocar el muro, si buscar el golpe directo o los intercambios largos. No veía la salida. Solo al final del desastre, durante unos 10 minutos, el español se reencontró e incluso celebró alguna jugada. Con un marcador adverso de 6-2 y 4-1, recuperó la confianza en su raqueta, ajustó sus tiros y logró igualar el segundo set momentáneamente. Pero fue solo una ilusión óptica.
Dimitrov demostró un rendimiento excepcional al ganar el partido y asegurarse un lugar en las semifinales. En la próxima etapa, se enfrentará a Alexander Zverev.
La derrota ha sido un obstáculo para Alcaraz en su ascenso en la temporada europea de tierra batida. Ahora se enfrenta a los desafíos de replicar su éxito en Indian Wells y superar las incertidumbres que surgieron en Miami. Desde el Masters 1000 de Montecarlo, deberá reencontrarse consigo mismo y prepararse para lo que viene.